En las jugosas conversaciones que cada cierto tiempo comparto en Tarragona con Enric Brull, surgió en varias ocasiones el nombre de Francesc Torralba. Valoro mucho la opinión de Enric, así que tenía en mi lista de tareas pendientes acercarme a este Doctor en filosofía y teología, profesor en la Universidad Ramon Llull. Finamente, entre sus múltiples publicaciones he elegido ésta para acercarme a él: el arte de saber escuchar. Ya he comentado en otras ocasiones el papel esencial que tienen las conversaciones en cualquier esfera de la vida. Ahora estoy centrado en esas conversaciones que llamamos difíciles. En todas ellas, el saber escuchar adecuadamente se convierte en piedra angular de su desarrollo y del resultado que se acaba obteniendo.
El planteamiento que realiza del tema Torralba no se aleja de los elementos esenciales que podemos encontrar en otros enfoques. Sin embargo, tanto su estilo, su forma de plantear los argumentos; como su perspectiva, resultan sugerentes y acentúan aspectos sobre los que merece la pena reflexionar.
Así, por ejemplo, comienza subrayando la diferencia entre escuchar y oír: “Escuchar es un acto consciente, voluntario, que tiene como propósito comprender al otro. En esencia, es un acto libre. (…) Oír es un acto involuntario”. Oímos aunque no queramos, el sonido entra por nuestros oídos. Sin embargo, “la escucha no es jamás un acto caprichoso ni resignado. Es la respuesta a una búsqueda. No escuchamos por casualidad. Escuchamos porque, previamente, hemos deseado escuchar”.
Otras ideas importantes que nos plantea para entender el significado profundo de la escucha son:
 “Escuchar (auscultare, en latín) es, según la etimología de la palabra, oír con delicadeza y atención”.
– “Es atender y entender las razones del otro, sin alterarlas ni manipularlas”.
– “Cuando escuchamos con profundidad, intentamos comprender las razones del otro, el hilo conductor que atraviesa su razonamiento. Naturalmente, esto no significa compartirlo, pero sí implica esforzarse para comprender por qué dice lo que dice.
– “Escuchar es buscar la verdad del otro, tenerla en cuenta”.
Tras clarificar el concepto de escucha, Torralba desgrana las condiciones necesarias para que pueda ser efectiva. Así nos va hablando de:
  • La necesidad de depurar previamente los prejuicios que nos hacen tener una determinada imagen de la otra persona. Para escuchar, para acercarnos a “la verdad del otro” tenemos que instalarnos en la duda respecto a nuestras ideas previas. En la medida en que la conversación interna que mantenemos, nutrida con esos prejuicios, tiene un volumen elevado no nos dejará escuchar lo que la otra persona nos dice y, mucho menos, entender lo que nos quiere decir.
  • Escuchar requiere tomarse un tiempo. Tiempo para que pueda fluir adecuadamente la conversación, tiempo para volver a intentarlo cuando la conversación fracasa. Pero tiempo también para respetar los tiempos de la conversación: el momento para expresarse, el momento para comprender (no solo las palabras del otro sino “el paisaje que se oculta detrás de las palabras”) y el momento para responder.
  • Desinflar el ego. Escuchar “consiste en silenciar las propias voces, para que la voz del otro resuene dentro de la interioridad propia. (…) Escuchar es un acto de hospitalidad. (…) Escuchar es acoger, dar tiempo y espacio al otro, hacer un hueco en el que quepa”.
  • Crear silencio, fuera y dentro.
  • Discernir, “separar correctamente los elementos que integran el mensaje del otro”.
Nos plantea más adelante cómo “la comprensión exige necesariamente la escucha, pero la escucha está lejos de garantizar la comprensión. Comprender (…) exige un trabajo intelectual de descodificación de signos y de concentración en el discurso del otro”. “Al comprender, se llega a entender lo que el otro dice, el porqué de que lo diga y el lugar desde el que lo dice”.
 
Interesante también su “alegato contra el griterío”, muy oportuno en una sociedad llena de “ruido”, de supuestas conversaciones que son lo más parecido a una “jaula de grillos”. “El griterío es la expresión amorfa de la multitud, de la masa amontonada. La palabra, en cambio, es la manifestación de la singularidad, de alguien que se posiciona ante el mundo y los demás, y que expresa valientemente su ser: el griterío es el resultado no deseado de una yuxtaposición caótica de voces que se superponen simultáneamente”. Una buen descripción de muchas de las tertulias que pueblan nuestros medios audiovisuales.
Una idea final que me gustaría destacar en este libro ameno e interesante sobre el arte de la escucha: “A veces nos da miedo escuchar y preferimos hacer oídos sordos, porque suponemos que lo que el otro nos va a decir comportará una profunda alteración de nuestro sistema de vida y nuestra armonía emocional. (…) Tememos escuchar, porque tememos hurgar en nuestros propios errores”.

 

En otras ocasiones he abordado el tema de la escucha en este blog: