La pasada semana comenzó el curso de capacitación para el trabajo político local dirigido a alcaldes y concejales del País Vasco que organiza EUDEL y del que llevo la coordinación como ESTRATEGIA LOCAL, además de impartir algunos de sus módulos. En las dos jornadas transcurridas surgió un elemento de reflexión interesante. Es habitual ver la administración pública como una estructura vertical muy jerarquizada y altamente burocratizada. Desde ese punto de partida, en consonancia con los desarrollos organizativos más en boga en el resto de organizaciones, el reto a afrontar sería la incorporación de sistemas de gestión más participativos, más horizontales, con más capacidad de generar confianza y compromiso entre las personas que trabajan en la administración.

Sin embargo, junto a ese discurso aparece otra realidad que nos dice que en la administración el que no trabaja vive sin problemas ya que nadie le va a exigir que haga otra cosa, ni va a iniciar un expediente para apartarle de su puesto de trabajo. Si centramos nuestra atención en puestos de responsabilidad también encontraremos con facilidad ejemplos de responsables técnicos que hacen caso omiso a las indicaciones que les puedan dar sus superiores jerárquicos, ya sean estos técnicos o políticos. Y allí siguen. En uno y otro caso, se les va sorteando cargando a otros con su trabajo o incluso contratando a otras personas para que hagan lo que no se es capaz de exigir a quienes no cumplen con su deber.

Nos encontramos así con responsables que ocupan puestos en esa jerarquía (técnica y política) pero que no incluyen entre sus competencias el trasladar a quienes componen sus equipos lo que la organización espera de ellos y el exigir ese cumplimiento. Esa cadena de dejaciones genera un clima en el que el incumplimiento no tiene consecuencias y en la que los que cumplen se resienten con una organización que permite esa situación y ni tan siquiera les reconoce su esfuerzo diferenciado.

En este contexto ¿es realmente la prioridad promover la implicación y el compromiso de las personas generando confianza, promoviendo la participación,…..? Tengo la impresión de que la administración pública aún no ha pasado por la fase taylorista de las organizaciones en la que el capataz cumplía una función esencial vigilando el cumplimiento de las instrucciones dadas por quienes “pensaban” y en las que el miedo a un castigo real generaba un alto nivel de cumplimiento con las instrucciones planteadas. Cuando el resto de organizaciones se plantea superar la cultura del miedo que esa cultura organizativa suponía, desde la administración considero que ha de tenerse muy presente esa perspectiva pero resulta igual de prioritario desarrollar las competencias adecuadas para exigir el cumplimiento y tomar medidas cuando éste no se produce. Sólo desde ahí el desarrollo de otra forma de entender la administración pública puede tener sentido. Trabajemos pues en ambas direcciones.