Este año he pasado mis vacaciones en Polonia. Siguiendo con mi hábito de intercambiar mi casa por la de otra familia que esté interesada en conocer el País Vasco, este año el acuerdo lo hemos realizado con una familia que vive a unos 30 kilómetros de Cracovia. El sur de Polonía se parece en lo verde a Euskadi, aunque su geografía es menos montañosa. Subiendo hacia Varsovia las llanuras se convierten el protagonistas. En general llama la atención la gran dispersión de la población. Una gran parte del país está salpicada por casas de campo.

Cracovia y Varsovia son dos preciosas ciudades. Cerca de la primera, en la localidad de Oswiecim, se encuentra uno de los campos de concentración más sanguinarios del nazismo: Auschwitz. Fuimos a visitarlo y se encoje el corazón al ver de lo que es capaz el ser humano cuando sale la bestia que llevamos dentro. Toda la capacidad de organizar, de crear, de trabajar con eficiencia se pusieron aquí al servicio del exterminio de cientos de miles de personas. Judios, gitanos, presos políticos, combatientes soviéticos, homosexuales,….

En realidad el complejo de Auschwitz lo forman dos campos, el primero se creó utilizando unos edificios e instalaciones del ejército polaco. Aquí ahora está ubicado el museo del campo, en el que podemos ver la huella del horror que aquí se vivió. Desde los restos de las maletas y utensilios personales de quienes eran traídos al campo pensando que les trasladaban de vivienda, hasta toneladas de pelo humano, en concreto de mujeres asesinadas en este horror ya que a los hombres no les rapaban una vez muertos.


En el campo se quedaban unos pocos, se calcula que aproximadamente un 25% de los que llegaban. El resto iba directamente a las cámaras de gas. Las fotos de algunos de los que fueron fichados nos muestran unas miradas que nos transportan al dolor más profundo del alma humana. La fecha de entrada y la de “salida” son espeluznantes, muy pocos duraron más de cuatro meses. Quizás los más desafortunados.

Cerca, los prisioneros de este campo construyeron un nuevo campo, Auschwitz II Birkenau. Si en el primero llegaron a hacinarse 20.000 personas, en el nuevo fueron cerca de 100.000 los prisioneros que compartieron simultáneamente esta terrible experiencia. En este nuevo campo, las vías del tren se internaban en él para dejar a las nuevas remesas de prisioneros más cerca de las cámaras de gas.


Me viene a la cabeza Hector Frankl, el autor de “El hombre en busca de sentido”, obra en la que narra su experiencia en otro campo de exterminio nazi y reflexiona sobre las diferentes maneras de responder a una situación de esas características. La verdadera, la última libertad del ser humano, nos dice, es la de poder elegir la forma de responder a lo que nos ocurre. Qué terribles se me antojan estas palabras cuando te acercas mínimamente a lo que esas personas tuvieron que afrontar en lugares como Auschwitz.