Innobasque, a través del Consorcio de Inteligencia Emocional y con la participación de Eugenio Moliní ha ditado el libro titulado “Innovación, personas y participación” (se puede descargar aquí). Contribuyo en esta publicación con el texto que os ajunto:


“La política es el ámbito social que más impresión da de paralización; ha dejado de ser una instancia de configuración del cambio para pasar a ser un lugar en el que se administra el estancamiento”. Con esta rotundidad se expresa Daniel Innerarity (Catedrático de Filosofía Política y Social e investigador de Ikerbasque) en un reciente artículo publicado en la revista Claves de la Razón Práctica bajo el título “La política después de la indignación”. Y esta situación que vive la política se convierte en fuerza para su innovación. Somos multitud quienes nos sentimos insatisfechos con la deriva que han tomado nuestras democracias. Incluso una gran parte de las personas que ejercen en la política comparten esa sensación. Sin embargo, más allá de la indignación parece que no resulta fácil encontrar caminos que permitan cambiar ese panorama.
“No estamos ante la muerte de la política sino en medio de una transformación que nos obliga a concebirla y practicarla de otra manera”, plantea también Innerarity, introduciendo un soplo de optimismo en la dureza del diagnóstico anterior. Es precisamente en ese “practicar de otra manera”, donde la propuesta de Eugenio Moliní adquiere una singular relevancia.
Hablar de participación ciudadana como una forma de dar nueva vida a la democracia, como una estrategia para su legitimación, tiene poco de nuevo. Sin embargo, este concepto se ha ido vaciando de contenido en la medida en que se han generado expectativas que luego no han podido ser satisfechas; en la medida en que se ha utilizado para abrir a la participación elementos periféricos de las políticas desarrolladas, convirtiéndola en mero adorno de las decisiones de más calado ya adoptadas; en la medida en que se ha incluido bajo el paraguas del concepto “participar”, significados tan diferentes como informar, consultar, co-crear o codecidir.
Hay dos premisas que son clave para que la participación pueda contribuir realmente a la generación de otra manera de hacer política. La primera de ella son los valores, la segunda, la metodología. Desde los valores queda reflejado  que las personas participan…. si quieren. Y cualquier esfuerzo por hacer que participen generará una resistencia. Esto lleva a plantearse la necesidad de abandonar los planteamientos “paternalistas”, unos planteamientos que se ponen de manifiesto en las disquisiciones sobre que métodos usar para que la gente participe. No es una cuestión de los instrumentos, la clave es cómo lograr que la gente quiera, que las personas decidan participar. Ese es el lugar en que la participación genuina sitúa el debate.
La otra premisa tiene que ver con una manera, una metodología. De ella quisiera subrayar dos aspectos que considero claves: la importancia del trabajo previo al inicio del proceso participativo y, como derivado de ello, lo determinante de dejar claro el marco y los límites en los que la participación se va a producir.
El trabajo previo nos remite a la necesidad de que quienes tienen la máxima responsabilidad en el ámbito en el que se va a desarrollar el proceso participativo asuman ese papel y ocupen el lugar que les corresponde. Un lugar desde el que han de explicitar, desde el primer momento, a qué tipo de participación están llamando, evitando así generar expectativas que se van a frustrar y enviando un mensaje que sea capaz de hacer que las personas decidan participar e implicarse.
Así pues, un nuevo planteamiento de la participación puede contribuir al cambio profundo que requieren nuestras democracias, nuestra política. Un cambio que Antonio Gutierrez-Rubí define, en su libro “La políticavigilada. La comunicación política en la era de Wikileaks”, como política participada. La política o será participada o no será, o caerá en un vacío de deslegitimación de tal calibre que resulta difícil imaginar de que manera la sociedad lo cubrirá.
Por otra parte, en una sociedad compleja, en la que no existen respuestas fáciles a los problemas, desde otra mirada, la participación se convierte también en una llamada a la corresponsabilidad, subrayando la necesidad de un tipo de liderazgo que Ronald Heifetz define como “liderazgo adaptativo”: “Proceso de movilización de un grupo para que afronte una realidad incierta y desarrolle nuevas capacidades que se enfrente con éxito a los retos adaptativos”.
Desde la perspectiva de la gestión pública , una nueva mirada a la participación se edifica en torno a la creencia en que el ser humano se implica en las actividades que le dan sentido.

Si bien la administración pública, en cuanto que organización orientada a servir a la ciudadanía y guiada por el interés públicos, pudiera parece especialmente proclive a generar espacios organizativos que respondan a esa compatibilidad, en la práctica se muestra también mayoritariamente como un “territorio inhóspito” para las personas. La participación desde nuevos planteamientos  puede ser un buen revulsivo y un magnífico instrumento para generar un mayor “sentido” en el qué hacer de las personas que en ella trabajan, adquiriendo  un lugar nuclear, contradictorio con el carácter sectorial que la participación posee en muchas administraciones públicas. En este marco, pierden sentido los Departamentos, las Áreas, los Servicios de Participación Ciudadana. La transversalidad deja paso a la integralidad, la participación ha de abandonar la pelea transversal para integrarse en el corazón de la gestión pública. Implicar, motivar, sacar lo mejor de las personas que han decidido trabajar al servicio de la ciudadanía, no se logra si esas personas no encuentran el entorno adecuado que les lleve a decidir hacerlo.

Esto puede suponer una transformación profunda. El reto, el desafío es apasionante e inmenso. Necesitamos cambiar la cultura política y organizativa. Y para ello necesitamos olvidar lo aprendido. Formamos parte de lo que hoy es, hemos contribuido a ello. No se trata de mejorar, se trata de mirar desde otro lugar y actuar en consecuencia y para ello tenemos que desaprender lo aprendido, adentrarnos por el camino de la inseguridad, de la incertidumbre en el cómo. Desde el trampolín de la convicción hemos de saltar a un vacío que hemos de construir. Y para transitar por esos nuevos territorios no nos sirven los mapas que teníamos. Tenemos que abandonar la falsa seguridad de mi territorio, de mi presupuesto, mi Departamento, del Plan, del Reglamento de Participación.

La participación desde esta perspectiva incomoda. Frente a la petición de soluciones técnicas y respuestas sencillas responde con preguntas: participación para qué, con qué límites, en qué marco, hasta dónde estas dispuesto a escuchar, …, son desafíos que incomodan y hemos de estar preparados para ello. Tenemos que provocar la renuncia a planteamientos y expectativas poco realistas en relación con la participación, en lugar de tratar de satisfacerlas como si el tema planteado pudiera solventarse desde una perspectiva exclusivamente técnica, metodologías participativas de uno u otro tipo. Y eso incomoda, y eso nos incomoda, nos hace salir del lugar de quién tiene respuestas, de quién sabe de qué va esto. Y nos falta entrenamiento.