Sigo con la crónica de las primeras jornadas de la Escuela de Verano de Bienestar que bajo el lema “Sistema Público de Servicios Sociales: cuarto pilar del Estado de Bienestar” se celebraron en Almuñecar (Granada) la pasada semana. Terminé mencionando el debate que inició Fernando Fantova y empiezo este post reseñando su intervención que comenzó planteando que el principal problema de quienes trabajan en los Servicios Sociales es que no tienen claro a qué se dedican. En este sentido, afirmó, que las leyes de Servicios Sociales hacen un planteamiento tan genérico que parece que los Servicios Sociales los son todo. Las leyes, incluso la literatura científica, no terminan de explicar, en su opinión, cual es el objeto de los servicios sociales.

El “truco”, comentó, está en que la universalidad que se proclama en la práctica se niega al circunscribir la dedicación a todos esos temas siempre y cuando las personas atendidas sean gente excluida. En el fondo se plantea que los Servicios Sociales no tienen un objeto propio sino que son un coche escoba del sistema que centra su atención en los colectivos marginados.

Su tesis es que los Servicios Sociales no podrán ser un pilar del bienestar hasta que no sean capaces de delimitar su objeto específico, diferente de los que configuran los otros sistemas. Su propuesta del objeto de los Servicios Sociales es “el ajuste dinámico entre autonomía personal e integración en la red relacional”. En el tono polémico que hemos comentado, asumió que era una mala definición pero retó a los asistentes a plantear otra diferente. Ahora bien, para plantear una definición alternativa solicitó que cumpliera dos condiciones: que se redacte en positivo y que en su formulación tenga un carácter universal. No hubo propuestas alternativas, claro.

Es desde estos planteamientos desde los que entró en la polémica sobre si los Servicios Sociales han de ser los “centro campistas” de los diferentes sistemas del Estado de Bienestar. Respondiéndose que los servicios sociales no pueden hacer eso, nadie lo puede hacer, afirmó con rotundidad. “Dimito”, dijo, “de asumir esa responsabilidad coordinadora”, apostando por que los Servicios Sociales se fortalezcan como un pilar más y no asuman esa responsabilidad de coordinar el conjunto del sistema.

Desde mi punto de vista, tiene razón Fernando en la necesidad de clarificar mejor el objeto de los Servicios Sociales. Matizaría, sin embargo, que no nos estamos planteando generar un nuevo “territorio” inexistente actualmente. Podríamos decir que hay una fenomenología de lo que los Servicios Sociales hacen, lo que provoca que esa búsqueda de identidad conviva con una realidad que expresa lo que actualmente entendemos por Servicios Sociales. Un sistema como el sanitario sí dispone de una definición de su objeto, la salud, pero esa definición es tan genérica (el pleno equilibrio físico, psíquico y emocional) que obtiene el mismo resultado que se critica a las definiciones de las Leyes de los Servicios Sociales: vale para demasiadas cosas. Sin embargo, el qué hacer cotidiano de los servicios de salud parece resultar más claro que en el caso de los servicios sociales.

Por otra parte, tengo mis dudas respecto a ese deseo tan reiterado de dejar de ser “el coche escoba” del resto de sistemas de protección. ¿Por qué es tan malo tener esa función? Una función que, por cierto, recae más en las organizaciones del tercer sector que en el propio sistema público. Parece que se asocia cumplir esa función de última red con una labor impropia de un sistema de protección “serio”. La verdad es que me recuerda a la pretensión del sistema sanitario en sus orígenes de no incluir determinadas patologías como las enfermedades mentales, la lepra o la tuberculosis.

¿Los servicios sociales tienen que renunciar a prestar su apoyo a quienes por cualquier irregularidad del sistema de protección social no acceden al sistema sanitario, educativo, de formación para el empleo? Ya se que no debieran producirse esas situaciones pero se producen. Y tal y como la inmigración ha puesto de manifiesto, aparecen nuevas situaciones que otros sistemas tienen dificultad para abordar, al menos, en sus momentos iniciales. Ha sido la acción de los servicios sociales la que ha dado protección a esas personas, las ha ayudado a circular por los vericuetos de los sistemas de protección y ha generado transformaciones en esos sistemas para que se generen los cambios necesarios en ellos para hacerse cargo de esas nuevas realidades.

Por otra parte, es cierto que los Servicios Sociales no pueden pretender tener una posición de privilegio en la mirada plural hacia las personas con problemas que trascienden las fronteras de los sistemas de protección. Pero no es menos cierto que este sistema de atención social es el más consciente de la necesidad de trabajar en coordinación, en red. Si se me permite el símil es el vecino que convoca la reunión de la comunidad pero no tiene que ser su presidente, ni asumir un papel de preponderancia sobre el resto. Los Servicios Sociales, en este sentido, creo que tienen que mejorar sus habilidades para liderar y trabajar en redes cuyos componentes son autónomos e independientes. Para ello, respetar al otro, esforzarse por entender su punto de vista, desarrollar la capacidad de expresar el punto de vista propio con claridad pero sin agresividad, ampliar las habilidades para el trabajo compartido y para la gestión de espacios comunes me parece clave. Las experiencias provenientes de la gestión por procesos pueden ser también de utilidad en ese recorrido.