No estoy de vacaciones pero casi. Eso es lo malo, el “casi”, porque supone un montón de cosas para cerrar que conviven con las ganas de tomarse un merecido descanso y con los festivales de jazz que no puedo perderme (ayer Dee Dee Bridgewater estuvo inmensa en Vitoria). Como resultado las entradas al blog se han espaciado. Pero no quiero llegar al parón estival sin dar continuidad a los comentarios que Asier Gallastegi y Francisco Javier Bárez realizaron en torno al para qué están los servicios sociales.

Retomo el tema: ¿han de ser los servicios sociales quienes asuman en liderazgo de la coordinación de acciones de los diferentes pilares del Estado de Bienestar? En mi opinión, tanto el sistema sanitario como el educativo, han llegado a tal nivel de estructuración de su propio espacio, tienen una identidad tan clara que incluso cuando actúan en la “periferia” de sus ámbitos respectivos lo hacen desde dentro de su propia estructura organizativa. Su núcleo duro de actuación se plantea con pocas conexiones con otros sistemas, son, en ese sentido un tanto autárquicos.

Los servicios sociales en cuanto un sistema mucho más desestructurado, más reciente, menos definido, con una dotación inferior de recursos, cuando se enfrentan a su tarea frecuentemente tienen una conciencia clara de que necesitan de otros para resultar efectivos. Desde sanidad a educación pero también vivienda, empleo,… Su posición estructural les sitúa en el lugar de ese vecino que siempre es el que convoca las reuniones de la comunidad para tratar los problemas que considera comunes.

Sin embargo, esa posición más sensible para identificar las necesidades de actuación concertada se confunde frecuentemente con la idea de que los servicios sociales han de asumir el liderazgo de esa situación. El asunto se complica cuando se entiende el liderazgo como la identificación de “quién manda” en ese equipo ad hoc interinstitucional.

Lo que tenemos que plantearnos es que trabajamos en un entorno en el que los diferentes sistemas o pilares del Estado de Bienestar son, a su vez, nodos, puntos de conexión de un sistema social y político mucho más amplio. Esta perspectiva reticular, de red, nos debe llevar a pensar que la interacción entre estos sistemas, incluso entre diferentes nodos de cada uno de estos sistemas (véase en servicios sociales los servicios de atención primaria y lo especializados, por ejemplo), debe ser necesariamente una relación dinámica en la que nadie tenga un liderazgo continuado pero todos lo asuman cuando la situación lo requiera.

El trabajo en red rompe la mentalidad cartesiana y racionalista que busca tenerlo todo clasificado y bien clasificado, donde todo esté claro y siempre sea así. El trabajo en red supone asumir una ambigüedad en las formas, en los liderazgos, pero requiere una gran habilidad relacional y una idea clara del funcionamiento sistémico del conjunto. Es en esas direcciones en la que tenemos que fortalecer la preparación técnica de nuestros equipos.

Para liarlo un poco más, esa red no incluye sólo a entidades públicas sino que las entidades sociales, las empresas, las asociaciones,…. también constituyen este panorama rico y complejo cuyo gobierno requiere de otra forma de entender la gestión, requiere de lo que se ha dado en llamar gobernanza, como resumen de una nueva gestión relacional.

Oye, para estar casi de vacaciones creo que es suficiente.