En los últimos años se ha venido desarrollando con cierta intensidad una corriente de pensamiento, inspirada sin duda en filosofías orientales, que nos llama a centrarnos en el ahora, a vivir el ahora. En esencia viene a plantear que lo único que realmente existe es el presente y que tanto la obsesión por lo que ya ha ocurrido como por lo que va a ocurrir nos impide disfrutar y vivir lo que realmente estamos viviendo. En esta página web podéis consultar varias frases alusivas a este tema. De entre ellas me permito copiar aquí una de las citas (poco oriental, por cierto) de Gustave Flaubert El futuro nos tortura y el pasado nos encadena. He ahí por qué se nos escapa el presente“. Mi buen amigo Javier García, Responsable del Área de Comunicación del Ayuntamiento de Getxo hace ya tiempo me recomendó sobre este enfoque el libro “El poder del ahora“, de Eckhart Tolle, que todavía espera su ahora en el montón de lecturas pendientes (no desesperes Javi, lo acabaré leyendo).

Desde esta perspectiva, que personalmente comparto, ¿tiene sentido definir objetivos? ¿la fijación de objetivos no es precisamente una forma de distraernos pensando en un futuro incierto en lugar de vivir el presente? Más aún, mirando nuestra experiencia y la de las personas que nos rodean ¿cuántos objetivos llegan realmente a cumplirse? En lo personal los porcentajes son bajos, en lo organizativa quizás algo menos pero, en general, lejos del 100%. ¿Para qué perder el tiempo entonces en algo que además nos cuesta bastante y nos saca, precisamente, de ese día a día nos come y tanto nos encanta?.

Mira por donde, ahora igual resulta que es mejor perderse en las mil y una incidencias diarias que dispersarse en planear un futuro incierto, que siempre nos sorprende y que parece nos dificulta sentir la vida con intensidad. Personalmente me parece que ambas perspectivas merecen ser tomadas en consideración. No creo que la planificación y la definición de objetivos sea una panacea a la que supeditar todo nuestro quehacer. Es más pienso que lo importante no es el logro del objetivo inicialmente previsto sino el proceso que desarrollamos para intentar acercarnos a él. Y ahí nos topamos con el presente. Un presente que tiene más intensidad cuando está cargado de sentido y ese sentido se lo aportan precisamente los objetivos, el saber hacia dónde queremos ir con lo que hacemos cada día, el sentir que lo que hacemos hoy, por mecánico y simple que pueda parecer, es un paso hacia nuestros anhelos. Unos anhelos que no llegarán de manera lineal. Incluso puede que ni tan siquiera lleguen pero que nos habrán servido para vivir, aprender y espero que disfrutar.

Utilizando una metáfora que personalmente me estimula enormemente, lo importante es el viaje, no el destino, lo cual no quiere decir que no tenga sentido fijar un rumbo. Elaboremos pues objetivos pero no nos dejemos atrapar por ellos. Convirtamoslos en estímulos y no en cadenas.