Hace unos día me paso algo insólito desde la cultura social y organizativa en la que me muevo habitualmente. En una presentación de un proyecto en una capital del sur de España tomó la palabra una mujer joven y, con el acento que caracteriza a los habitantes de esas tierras, me dijo “aquí lo que hace falta es amor, mucho amor”. Rápidamente el responsable de más rango en la organización intervino para solicitar otras aportaciones “menos metafísicas”. Sin embargo, me pareció una aportación enormemente sugerente. La base del amor no es otra que el profundo respeto por el otro y nuestras organizaciones están bastante necesitadas de él. Del respeto que cimenta la confianza; de la confianza que fundamenta la implicación; de la implicación que se traduce en motivación, en entrega, en aportación y, finalmente en un servicio mejor y en unos mejores resultados.

Así que amor, mucho amor y una mayor capacidad para expresarlo. Para dejar salir la emoción que llevamos encarcelada dentro de nosotros y que nos cierra a los demás, que hace mucho más difícil que los demás nos entiendan, se conecten con nosotros y, a la inversa, que nosotros seamos capaces de escuchar lo que a los otros les preocupa. Nuestras organizaciones, la formación de nuestros gestores ha dejado de lado esta vertiente que se vuelve imprescindible si queremos transformar en profundidad nuestro desempeño.