Para la mayoría de las personas hablar de líderes es hablar de grandes personalidades. Desde ese punto de partida no es extraño que resulte complicado plantear en las organizaciones que uno ya no es jefe, responsable o director sino líder. Me parece dificil, no sólo por el singular milagro que describió con precisión Josetxo Hernandez (ASLE) consistente en acostarse jefe y levantarse líder, sino porque tener que contemplarse todos los días en un espejo que te compara con Gandhi, Napoleón u Obama tiene su cosa.
Por si eso fuera poco, la imagen del lider que nos viene a la cabeza es la de alguien que asume el mando y lleva a las masas hacia nuevos horizontes. Vamos, que para ver en una película puede estar bien pero para asumir nosotros ese papel ya es otra cosa. Más aún si esos horizontes no son los nuestros sino los que ha marcado la dirección de nuestra organización sin contar con nosotros. Así que, mientras no encontremos otra forma más afortunada de referirnos a esa función tendremos que lidiar con ella pero tenemos que reconocer que el punto de partida no es el mejor.
Hace una semanas volví a escuchar la pregunta, habitualmente retórica, de si un líder nace o se hace. No se si es que estaba un poco aburrido o hacia viento sur pero me dio por plantearme la respuesta que habitualmente se descarta: el líder nace. Y siguiendo ese hilo encontré algo de ovillo.
¿Qué caracteriza a cualquier líder? No pretendo plantear que sea la esencia del liderazgo pero creo que es incuestionable que una característica de cualquier líder es su capacidad de influir en otros. Argumentado al revés, resulta difícil imaginar un líder que no influye en otros. Pero, por poco sistémica que sea nuestra forma de ver el mundo, también podemos reconocer que en realidad todos influimos en los demás. Influiremos más o menos, para bien o para mal. Incluso cuando no hacemos nada también nuestra inacción influye en los que nos rodean. En consecuencia, todos somos líderes, todos influimos en otros. Conclusión: nacemos líderes, aunque sin duda mejorables.
Más allá de la provocación, este planteamiento enlaza con reflexiones como las de Ken Blanchard o aportaciones más cercanas como las del profesor de la Universidad de Tarragona, Alabart, que plantean la identificación de varias categorías de líderes entre las que se encuentran los líderes sin cargos o sin responsabilidades.
Desde esta perspectiva, podemos afirmar que todos somos líderes a nuestro pesar. Algunos orientan esa capacidad de influencia, de liderazgo, de manera destructiva para la organización o incluso para el equipo en el que están integrados. Y no es necesario que sean personas con responsabilidad formal aunque si lo son el daño puede ser aún más profundo ¿lo hacen por maldad? Mi experiencia me lleva a pensar que detrás de esa influencia negativa se encuentran emociones de resentimiento, sin abordarlas es difícil encontrar otra forma de encauzar esa influencia. Abordándolas nadie nos garantiza el éxito pero sin hacerlo el fracaso está asegurado.
Así pues, no se trataría tanto de formar líderes sino de desarrollar las capacidad de influencia y liderazgo que todos llevamos dentro ¿cómo? Desde luego no con cursos de formación al uso. No estamos hablando de meros conocimientos, estamos hablando de la incorporación de nuevas habilidades y destrezas que requieren de entrenamiento, no de estudio. Destrezas y habilidades que frecuentemente están limitadas por nuestros propios modelos mentales, por lo que nos decimos a nosotros mismos, por las barreras que nos hemos autoimpuesto. Para trabajar sobre esas barreras y abrir el cauce al potencial que llevamos dentro nada mejor que el coaching, pero eso lo dejamos para otro post