Hoy voy a salirme de la línea habitual de este blog, pero es que ayer me emocioné. Cuando se siente tan cerca la historia y cuando esa historia es compartida con otros muchos hombres y mujeres se produce una energía especial. Este sentimiento lo vivieron ayer quienes veían marcharse a una persona que ha sido referente para el nacionalismo democrático de los últimos años. Pero, en mi caso, lo producía el ver que un candidato socialista de un partido que no se sitúa en ese ámbito político accedía a la Lehendakaritza, a la presidencia del Gobierno Vasco.

En el país vasco es fácil identificar a quienes se sienten nacionalistas vascos. Se sienten orgullosos de ello, se sienten acompañados desde múltiples instituciones y no se sienten amenazados. Pueden hacer ostentación de sus ideas, pueden poner carteles en sus balcones, incluso con eslóganes del nacionalismo más radical que apoya la actividad terrorista. Sin embargo, los otros vascos, los que no se identifican con ese ideario aprenden, aprendemos muy pronto que hay cosas que son políticamente incorrectas. Más aún, que son socialmente incorrectas. Más todavía, que son peligrosas para nuestra integridad y la de nuestros bienes.

Los otros vascos han sido invisibles. Tan solo algunos valientes (alguien diría que sólo hacen lo que hay que hacer) dan el paso de expresar sus ideas, sus convicciones. Algunos mueren por ello, otros viven escoltados, encerrados en su particular Guantánamo. Pero hoy, a un día de la elección de un Lehendakari socialista los vascos invisibles empiezan a salir a la luz. Empezamos a conocer la relación de personas que van a contribuir a este nuevo gobierno y reconocemos a algunos amigos. Y, en algunos casos, nos sorprendemos ¡¡pensaba que era nacionalista!! Y los vascos invisibles empiezan a tomar color y a poblar nuestra realidad. Siempre han estado ahí, hemos estado ahí pero sólo ahora siento que empezamos a hacernos visibles.

Se repite una y otra vez que la “mayoría social” es abertzale. Sin duda que si uno pasea por las calles de Euskadi puede sacar esa conclusión pero, por suerte, una sociedad democrática tiene otros mecanismos para organizar la convivencia y estructurar las mayorías.

Tengo muchos amigos nacionalistas vascos que son personas valiosas, humanamente entrañables, con profundas convicciones democráticas y que deploran el terrorismo. He trabajado muchos años como empleado público al servicio de gobiernos nacionalistas y siempre me han tratado con respeto y consideración, dándome espacio para mi desarrollo profesional. Son parte de la riqueza de este país. Sólo deseo que otra parte de esa riqueza pueda, por fin, vivir sus convicciones con plena libertad. Sólo deseo que por fin todos los vascos se hagan visibles y puedan aportar su particular colorido a esta sociedad, sin que el rojo de la sangre tiña de tristeza nuestra convivencia.