El 31 de enero, en el Hotel Silken Bilbao Centro, desarrollaré un taller (de 9:00 a 14:00 y de 15:30 a 18:30) con el objetivo de desarrollar habilidades para la mejora de la evaluación de la formación que se hace en las empresas. Si te interesa el tema puedes inscribirte aquí. Me encantará compartir ese espacio contigo.

El taller lo organiza EMANA y recientemente escribí este post en su blog:

Quizás incluso antes que la pregunta “¿Para qué la formación?” podríamos hacernos otra ¿qué significa “formación”? ¿Qué significa formarse? ¿Qué es lo primero que te viene a la cabeza cuando escuchas este concepto? Suelen surgir diferentes ideas pero, en general, es un proceso que lleva a:

  • ampliar nuestro conocimiento, a saber cosas nuevas;
  • adquirir herramientas para hacer las cosas mejor o de manera diferente;
  • generar cambios en la forma de hacer;
  • cambiar la cultura organizativa;
  • hacer que las personas se encuentren más satisfechas;
  • incrementar la productividad de las personas;
  • aumentar la rentabilidad de la empresa;

Seguro que se te ocurren algunas otras opciones, matices de éstas o incluso una integración de varias de ellas. Según el sentido que le demos a este concepto surgen diferentes respuestas a la primera pregunta ¿para qué la formación? Y cada respuesta nos sitúa ante un horizonte diferente si nos planteamos evaluar esa formación.

Cuando nos planteamos el desarrollo de una acción formativa es esencial identificar los resultados que nos gustaría obtener de ella. En ocasiones parece que la máxima que inspira las acciones formativas es “mal no hará, y si además sale algo productivo pues genial”.

Otras veces parece el “bálsamo de Fierabrás”, capaz de solucionar cualquier problema de desempeño en las personas de la organización. Si alguien está desmotivado, que vaya a un curso de motivación. Si alguien tiene problemas en controlar sus emociones que vaya a un curso de inteligencia emocional…

La formación encubre con frecuencia la incapacidad para un análisis estructurado de los motivos de esa falta de desempeño. Seguramente, en muchos casos la formación puede contribuir a abordar esa dificultad, pero su potencialidad encontrará sentido en una estrategia más amplia que tenga en cuenta los diversos factores que pueden influir en el desempeño de una persona.

Plantearse la evaluación de la formación implica reflexionar sobre estos aspectos para construir enfoques evaluativos útiles y acordes con lo que se busca. Por ello, antes que el cómo evaluar necesitamos tener muy claro qué es lo que queremos conseguir. Cuanto más genérica sea la definición de los objetivos de la formación más dificultades encontraremos para evaluar su logro.

De esto y de otros aspectos relacionados con la evaluación de la formación hablaremos en el curso que organiza Emana en Bilbao el 31 de enero de 2019, “La evaluación de la formación en la empresa”.