Organizar implica dividir, separar. Distribuimos tareas, generamos proyectos, establecemos departamentos, …  Según organizamos surge una necesidad prioritaria: cómo unimos, cómo coordinamos lo separado. Al margen de la estructura formal que le demos a esa coordinación, a esa nueva unión desde lo dividido, la acción básica que le da nexo es la conversación. Hablar para compartir, hablar para coordinar, hablar para distribuir, hablar para mostrarte lo que yo veo en tu desempeño, hablar para identificar lo que funciona y lo que no, hablar para entender, hablar para saber como puedo ayudarte o para pedir ayuda, … De nuestra capacidad para manejar ese hablar, ese conversar, depende la calidad de la propia organización.

Ese conversar, entendido como una danza en la que una y otra parte van tejiendo complicidades, van generando espacios de confianza, van expresando emociones y opiniones, determina el “techo de cristal” de una organización. Difícilmente una empresa va a lograr resultados excelentes si en ella predomina el silencio, las medias verdades, el cubrirse las espaldas, el evitar el conflicto, ….

Transformar nuestras organizaciones pasa por transformar nuestras conversaciones. Y para ello necesitamos desarrollar nuestra inteligencia conversacional, como personas y como organización. Una inteligencia que, sin duda, se interrelaciona con la inteligencia emocional, la inteligencia lingüística, la inteligencia interpersonal; podemos definirla como la habilidad para comunicarse con otras personas de manera constructiva, siendo capaz de mostrar nuestras opiniones y emociones con respeto, indagar en las inquietudes de la otra persona y escuchar con la intención de entender.

Esta inteligencia conversacional requiere de una serie de competencias que se aprenden:

  • Generar un contexto de confianza suficiente para que la conversación fluya adecuadamente.
  • Preguntar, más que hablar y hacer preguntas poderosas.
  • Escuchar de forma activa con la intención de entender.
  • Escuchar y dar sentido, tanto al lenguaje verbal como al no verbal.
  • Expresar nuestras opiniones con las palabras adecuadas.
  • Manejar las emociones y saber introducirlas adecuadamente en la conversación.
  • Orientar la conversación hacia un acuerdo que se traduzca en acciones concretas.

Una cultura organizacional con un alto componente de inteligencia conversacional se manifiesta en que:

  • Las personas se dicen las cosas con claridad y respeto, aprendiendo unas de otras. No hay reparo en opinar sobre el trabajo de otros. Esto se hace de una manera que ayuda a la otra persona a mejorar su desempeño y quien recibe esa opinión la ve como una oportunidad de mejora y desarrollo.
  • La diversidad es una fuente de riqueza. Las personas no tienen miedo alguno a expresar sus opiniones, por muy disruptivas que puedan ser, y lo hacen de una manera constructiva.
  • Los conflictos son vistos como una oportunidad al abrir conversaciones que enriquecen.
  • Hay niveles altos de confianza en los equipos.

Sobre todos estos temas trabajaremos en el curso INTELIGENCIA CONVERSACIONAL: EL ARTE DE LAS CONVERSACIONES DIFÍCILES que organiza EMANA en Bilbao, los días 13 y 14 de febrero. Si te interesa tienes más información y opción de apuntarte en este link. Y el libro “¿Cómo se lo digo? El arte de las conversaciones difíciles. El impulso de cambios efectivos a través del diálogo”.

Este post ha sido publicado inicialmente en el blog de EMANA.