Sí, sí, de acuerdo. Mejor las dos cosas: libres y felices. Me he permitido esta provocación un tanto harto de tantas vueltas con la búsqueda de la felicidad en la empresa e inspirado en la lectura de “Freedom, Inc.”, de Brian M. Carney e Isaac Getz.
Hay una película de la primera época de Woody Allen, de cuyo título no puedo acordarme, en la que el personaje que interpreta Allen va preguntando por la calle a quienes encuesta si son felices y por qué lo son. Tras ese singular sondeo su conclusión es demoledora: ¿porqué todos los felices son imbéciles?
No voy a meterme aquí en complejidades definiendo la felicidad, sin embargo, creo que con facilidad podemos acordar que sentirse feliz tiene un alto componente subjetivo. Además de la cruda reflexión de Woody Allen, otras películas, otras obras literarias, nos muestran cómo ha habido y hay personas que viven en una situación objetiva de alienación, incluso de esclavitud, que se sienten felices. Vamos, que la felicidad está sobrevalorada.
Si nos planteamos la búsqueda de la felicidad en la empresa sin más matices, fácilmente podemos contribuir a las nuevas formas de explotación que tan magníficamente ha puesto de manifiesto el filósofo alemán Byung-Chul Han . Hay que ser feliz aunque tengas un contrato basura, aunque no puedas conciliar tu vida personal con la laboral, aunque tengas un jefe o jefa tóxica,… Si tú quieres puedes. Luego si no puedes es porque no quieres o no quieres lo suficiente. La felicidad está dentro de ti… La felicidad se ubica así en el ámbito personal.
En cambio, la libertad alude directamente al entorno, al marco social, a las normas que rigen el funcionamiento de una organización, a la forma en que se ejerce el poder, a la capacidad de decisión que uno tiene,… Quizás si pusiéramos en un lugar más destacado ser libres podríamos encontrar momentos de felicidad más plenos.
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